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Bata limpia
El taxi que dejó a
Nicel cerca de la entrada frontal del Hospital había conseguido tomar un atajo
en el recorrido de diez calles, algo que sin duda le había ahorrado unos
minutos, sin embargo iba a llegar con un retardo de por lo menos quince de éstos y a pesar de la prisa que sentía, sus
apresurados pies no encontraban la manera de caminar con mayor velocidad.
–Ojala no hubiera elegido los tacones esta mañana- Se dijo a sí
misma y ciertamente esto era lo único que podía hacer por sus doloridos pies,
era muy incómodo tratar de correr con zapatillas puestas.
La entrada del Centro
Médico Nacional el hospital en el que ella trabajaba, se encontraba
aproximadamente a cien metros de la vía vehicular principal, una gran avenida
de cinco carriles que se extendía de sur a norte por esa zona de la ciudad y
que era imposible de atravesar de otra manera que no fuese usando el puente
peatonal. Era justamente el detalle de subir las escaleras lo que más le
incomodaba. Se recordó ser más práctica la próxima vez, se traería un par de tenis,
no importaba si eran los menos elegantes pues sin duda serían mucho más
cómodos.
Apartó estos
pensamientos de su mente y se concentró en lo que posiblemente encontraría ese
día en el piso de Neumología del hospital, pues tal vez aquellos momentos no
fueran los más apropiados para preocuparse de sus comodidades siendo que el
país se encontraba sumergido en una alerta fase cinco internacional y por más
que deseara no estarlo, ella estaría involucrada.
-Vaya
todo el personal médico estaría inmerso hasta el cuello en la contención del problema,
actuando como primeros respondedores-
Se transformarían en la
barrera que frenaría el avance y la diseminación del virus, era una simple
cuestión de organización y cultura preventiva, algo fácil de entender pero muy
difícil de implementar, al menos para una población tan grande como la de la
Ciudad de México. Además ella había visto en ocasiones anteriores como las
personas pierden el control ante una amenaza colectiva… El impacto psicológico
era tal, que fácilmente pudo haberse considerado de la magnitud de una guerra
civil un evento como este… y no se diga de la lucha contra el narcotráfico.
Nicel trató de
abandonar estos pensamientos, tenía que estar alerta.
Al aproximarse hacia la
puerta de acceso para el personal médico inmediatamente pudo notar la dimensión
que había alcanzado el problema, tanto a nivel social como a nivel biológico:
decenas de personas se encontraban formando un tumulto caótico en torno a la
puerta principal, algunas de ellas veíanse claramente enfermas, estornudando y
frotándose los ojos o la nariz con un pañuelo de papel. Por aquellos días de un
año cualquiera que no fuese ése precisamente, una enfermedad respiratoria en
una persona hubiera podido parecer “típica”
y en cierta forma lo era pues los pequeños brotes de influenza estacional o resfriado por Rinovirus abundaban aquí y
allá, no obstante, en las últimas horas los noticieros habían reportado un
aumento espectacular del aumento de casos “atípicos” como era el hecho de que
casi todos ellos se encontraran en individuos jóvenes sin antecedentes previos
de enfermedad.
–
¿Cómo era posible que las personas más sanas y de buenos hábitos y alimentación
cayeran enfermas en cuestión de sólo uno o dos días? Acaso nos estamos
enfrentando a una cepa mutágena del virus que ha logrado disminuir de algún
modo su velocidad de incubación?-
Eran las preguntas que
surgieron una tras otra en la mente de Nicel mientras contemplaba con pasividad
a aquellos hombres y mujeres en su alboroto, como si las ideas brotasen de un
géiser en su cabeza. Todas las preguntas que hasta ese momento no había tenido
tiempo de hacerse comenzaban a surgir de una en una, tristemente todas ellas
sin respuesta alguna, al menos, por ahora…
Nicel comenzó a caminar
entre aquellas personas ávidas de atención, tenía que hacerlo, después de todo
estaban bloqueando la única puerta por la cuál podía acceder a la instalación.
–Espabila- le gritó su mente consiente, pues aunque ella deseaba con
mucha fuerza estar detrás de una mesa de laboratorio poniendo y quitando
matraces, cultivando células y experimentando con aquel nuevo y sofisticado
virus hasta llegar a la cura, nada podía hacer por aquella fantasía científica en
ese instante, su trabajo en el hospital también era importante y aunque curar a
las personas y darles alivio era de las cosas más hermosas de la profesión, no por
ello estaba exenta del peligro más próximo: Contagiarse
de esa nueva cepa. Un pensamiento bastante inquietante, que se volvió aún
más cuando uno de aquellos individuos comenzó repentinamente a sufrir un
violento acceso de tos productiva…
El hombre tosió una y
otra vez sin dejar de agarrarse con fuerza el pecho, sin duda aquejado de un
intenso dolor precordial, entonces, tan inmediatamente como había empezado se
desplomó al piso y comenzó a salir de su boca una gran cantidad de líquido
marrón.
-La tos es demasiado intensa, le ha provocado una reacción vagal
llevándolo al vómito- Fue lo que la intuición de Nicel, magistral para la
medicina, había concluido en sólo cuestión de segundos. Era un tipo de
pensamiento rápido al que estaba acostumbrada por todos esos años de rotar en
el pabellón de urgencias: De un momento a otro podía estar jugándose la vida de alguien…
El hombre de repente
dejó de vomitar y quedó inmóvil boca arriba, con los fluidos brotando a
borbotones de su cavidad nasal. Nicel no tuvo que pensarlo dos veces, dejo caer
sus cosas y se arrojó de rodillas al suelo, ese hombre se había convertido
inmediatamente en su paciente y ella en su responsable.
-Seguramente ha broncoaspirado y el fluido ha invadido las vías
respiratorias inferiores, quizá sus músculos estén demasiado débiles para
lidiar con el espasmo y expulsarlo- De un solo movimiento se colocó el
estetoscopio y exploró los focos pulmonares principales…
-Nada, no tiene murmullo respiratorio, no está respirando… pero aún
tiene pulso… ¡Resucitación!
Menos de dos minutos de
maniobras fueron suficientes para expulsar el líquido y devolver el movimiento
respiratorio… El hombre volvió en sí, se encontraba vivo y consciente. Los arduos
años de entrenamiento estaban dando sus frutos, había salvado una vida.
Nicel aún se encontraba
de rodillas en el piso verificando los campos del tórax con su estetoscopio por
última vez cuando un par de camilleros salieron y ayudaron al hombre a
incorporarse para ingresarlo a urgencias. Ella aprovechó la apertura de las
puertas para por fin llegar al interior del edificio, dejando atrás aquel
tumulto de personas enloquecidas que querían tomar por la fuerza la salud en
sus manos…
Cuando ya se encontraba
por fin en la comodidad de la oficina que, por ser jefa del servicio de
Neumología le correspondía en aquel séptimo piso del hospital, pudo por vez
primera en toda aquella loca mañana volver a respirar con la seguridad que esas
cuatro paredes le proporcionaban, sin darse cuenta de lo excesivamente violada que ya se encontraba esa aparente y estéril seguridad,
pero logró notarlo en el momento en que se quitó la bata empapada de las secreciones
respiratorias del sujeto al que había salvado, formando una mancha color café
cerca de la pechera, cuál si fuera una taza de café derramada.
Casi al instante pudo
reflexionarlo y percibir el enorme riesgo que había representado esa mancha
cerca de su boca, de su nariz, de la entrada del aire a sus pulmones…
¿Acaso
se había contagiado con el simple hecho de aspirar el hedor? ¿Ese contacto,
aunque muy superficial habrá bastado para enfermarla? ¿En cuánto tiempo
comenzaría a experimentar los síntomas?
No, no podía empezar a
dar vueltas a una idea posiblemente equivocada, pues no era una completa
certeza que estuviese ya contagiada para entonces, tantas cosas habían sucedido
desde que llegó al metro esa mañana, tantas formas en las que se había podido
poner en riesgo sin siquiera darse cuenta de ello, que la paranoia dentro de
ella comenzaba a gritar, pero tenía que comportarse como lo que era, tenía que
participar en la contención de todo este problema, su departamento y sus
habilidades eran una pieza fundamental para ello, además, de todas las personas
que manifestaban síntomas de resfriado, ¿Cuántas
de ellas realmente estarían infectadas con la cepa AH1N1? Era poco probable
que más del ochenta por ciento ya que si esto fuera de hecho cierto, estaríamos
enfrentándonos a una pandemia que
podría alcanzar dimensiones globales… ¿Era
esto posible? ¿Cuánto tiempo quedaba antes de que el contagio fuera
irreversible?... Las preguntas solo seguían amontonándose una tras otra en
la lista de cosas pendientes por reflexionar, ojalá encontrara tiempo pronto
para hacerlo antes de que fuera demasiado tarde.
Nicel abrió un par de
casilleros de la pequeña estancia en la que se encontraba. Recordaba haber
guardado en alguno de ellos una bata nueva de repuesto en caso de que no
pudiera traerse la de siempre y por fin la encontró debajo de una pila de
libros de medicina que se encontraba sobre una de las sillas y se la puso despreocupada
por primera vez en su vida, de que se encontrara arrugada, se conformaba con
que estuviera limpia de secreciones,
virus, bacterias, o todo aquello que pudiera ponerla en riesgo…
“Una
bata limpia y un par de guantes siempre serían el mejor escudo de un médico”
se jactaba de decir a veces a los estudiantes y desde ese día, decidió que esa
sería para siempre su frase favorita.
Había dieciséis
pacientes en el piso de neumología esa mañana y ella tenía que pasar visita a
todos y cada uno de ellos, una tarea sencilla en comparación con lo que estaba
por venir…
Salió de la pequeña
oficina y cuando estaba a punto de cerrar la puerta, el teléfono en el interior
sonó. Ella se apresuró a contestar totalmente ingenua a la noticia que
recibiría…
…