miércoles, 30 de enero de 2013

Capítulo 5 Aeropuerto...

 

5

Aeropuerto

Nicel levantó la bocina y la voz que escuchó al otro lado de la línea resultó muy conocida, tenía mucho tiempo sin escuchar esa voz y de momento, no pudo ni siquiera pronunciar palabra alguna. Esa voz la llamaba, esa persona iba en su busca…

-Señorita Nicel, ¿está ahí? Responda por favor- dijo la voz, sonando de repente muy preocupada. Pero el silencio seguía bloqueando los labios de la doctora.

-¡Por favor que alguien responda!- Dijo la mujer que hablaba al otro lado de la línea sonando casi como una plegaria.

-Aquí estoy, ¿qué pasa? ¿Quién está hablando?- Respondió la joven.

-Soy yo, la señora Reyna, la ayudante de su madre… Me han pedido que la localizara y este es el único número suyo que tenemos. No sé cómo decirle esto… se trata precisamente de ella, de su madre, ha caído enferma desde hace una semana y parece que nadie se ha molestado en avisarle…

La joven doctora sintió que el corazón le daba un vuelco. Su madre es lo único que le quedaba en la vida, el último vestigio de su familia y a la vez, el recordatorio de la fatalidad que se llevó a su padre, una víctima más de la lucha contra el narcotráfico que el presidente de su país había emprendido de forma tan aberrante…

-¿Cómo? ¿Pero qué es lo que ha sucedido? ¿Enferma de qué? No tiene  ni siquiera dos meses que la he ido a ver y estaba bien de salud, ¿porque nadie me ha avisado?- Replicó enfadada la joven.

-Lo siento mucho señorita, mi esposo ha cruzado la frontera hacia Estados Unidos y me he quedado sola con mis hijos… no había podido acudir a trabajar desde hace casi un mes y hoy que por fin iba a presentarme, encontré a su madre muy enferma y decaída. No ha querido probar bocado alguno desde que llegué y lo único que me ha pedido es que la localizara… ha dicho también algo más, pero no pude entenderle del todo… algo sobre despedirse…

No fue necesario decir nada más.

-Salgo inmediatamente para allá- Dijo Nicel y colgó la bocina telefónica, incluso antes de que la desesperada mujer al otro lado de la línea pudiera responderle.

El pase de visita con los pacientes fue muy breve y, aunque casi todos los casos internados ese día en el departamento eran neumonías en niños, la joven pero experimentada doctora convino en dejar a cargo a uno de sus mejores residentes de la especialidad: El Doctor Ballesteros, Residente del tercer año de medicina interna. Un muy entusiasta joven con grandes aptitudes para la medicina. A él puso al frente del equipo de residentes que tendría la responsabilidad de contener durante las próximas horas el brote masivo de enfermedades respiratorias, incluida por supuesto, la cepa del nuevo virus AH1N1…

Nicel confiaba a ojos cerrados en su joven y apuesto aprendiz, este hecho estaba muy bien fundamentado por las múltiples habilidades que el doctor había mostrado en su rápida y ascendiente carrera y aunque nadie en el piso de Enfermedades Respiratorias se atrevía a dudar de esto último, algunos de los residentes de otras especialidades en el edificio sospechaban que la relación entre la jefa de piso y su eficaz residente, iba mucho más allá de lo profesional…  A la guapa Nicel este tipo de suposiciones sobre su vida íntima le complacían demasiado pues de algún modo, le hacían pensar que aún no había llegado a la edad en que a cualquier mujer se le complicaba encontrar un buen partido: Apuesto, soltero y sin hijos, eran sus únicas exigencias. No obstante hoy, todas esas banalidades que se habían convertido en parte de su vida de todos los días en el hospital habían quedado  brutalmente puestas en segundo plano: su madre había enfermado y ésa era su prioridad ahora.

Una vez hubo dejado a cargo a Ballesteros, tomó sus cosas y salió tan pronto como pudo del edificio, en dirección al aeropuerto.

El llegar hasta la terminal aérea había resultado más fácil de lo que ella había esperado, al menos teniendo en cuenta que el caos aparecía en la ciudad en todos los círculos. De hecho, había quedado sorprendida de cómo un evento de tal naturaleza puede hacer tambalear equitativamente y sin escrúpulos, todos los estratos sociales. Estaba claro, ni la muerte ni la enfermedad discriminaban a las personas, no importaba donde vivieran, como lo hicieran o cuánto dinero tuvieran, vaya al parecer ni siquiera importaba la edad con que contaran o la salud que se hubieran empeñado en mantener. No había ninguna garantía de quedar excluido de la pandemia que se estaba cerniendo inmisericorde sobre la humanidad…

Nicel se acercó a la taquilla de una de las más importantes cadenas de transporte aéreo, interesada en comprar un boleto para el vuelo más inmediato con dirección a Mazatlán, Sinaloa, su tierra natal y también la ciudad en la que aguardaba por ella su madre enferma.

El hombre que se encontraba vendiendo en el mostrador la miró de una manera que la hizo recordar el episodio en el metro de esa misma mañana, era la sensación nítida de una petición que parecía tornarse imposible.

-¿Pero qué es lo que me está pidiendo señorita? los boletos para nuevos vuelos dejaron de venderse desde ayer en que se declaro la fase de pandemia, en este momento no nos encontramos realizando la venta de boletos a ninguna parte- dijo el hombre - los únicos vuelos que hoy saldrán son los de aquellas personas que los programaron mucho antes de que esto pasara, con días e incluso semanas de anticipación… perdóneme pero nada puedo hacer por usted-

-Por favor, escúcheme, mi madre ha enfermado y no sé si se trate de esta nueva enfermedad, ésa de la que todos hablan- explicó –Permíteme abordar el lugar que sea, alguien debió de cancelar su boleto, alguien debe de haber dejado un lugar libre, se lo suplico…  

-Aunque pudiera hacerlo señorita, no tengo la autorización- Respondió el hombre malhumorado, pero la chica insistió

–Ya sé de lo que se trata, por favor no nos hagamos tontos y perdamos más el tiempo, la vida de mi madre podría estar en riesgo… aquí tiene su autorización- y habiendo dicho esto dejó caer casi de manera imperceptible, un billete de quinientos pesos sobre el mostrador. El tipo lo tomó inmediatamente tan pronto como cayó delante de él y sin decir una palabra más, como si nada de aquella conversación hubiera sucedido, le entregó un boleto para abordar el primer vuelo a ese destino. -El dinero y su magia- Pensó despectivamente Nicel un tanto avergonzada, en otro momento y otra situación jamás habría recurrido a tales actos, pero la salud de su madre estaba en peligro y ello iba más allá de cualquier noción de moralidad.

En la sala de la aerolínea podían observarse muchas caras a la espera, hombres leyendo el periódico, enterándose de lo último en materia de la enfermedad, otros hablando incesantemente por teléfono celular, otros más simplemente esperando, acomodándose una y otra vez el cubrebocas y los guantes en su irremediable nerviosismo y ahí, exactamente a la mitad de una larga fila de asientos muy incómodos, Nicel jugueteaba distraída con su lápiz labial… Apenas iban a dar las diez de la mañana y su vuelo salía a las diez con quince. De alguna parte  tenía que sacar quince minutos más de desesperada paciencia.

A lo lejos en aquella sala, podía escucharse la voz de un presentador de un conocido noticiero, dando a conocer al mundo las últimas noticias sobre la pandemia:

-Nos ha llegado la noticia de último minuto de que en las primeras horas de ésta mañana se han confirmado los primeros casos de muerte en Francia y España, al parecer, la Organización Mundial de la Salud ha hecho bien en elevar la alerta epidemiológica a Fase cinco, hoy, estos hechos están moviendo naciones enteras en un esfuerzo conjunto por encontrar una cura y solidarizarnos con los países afectados… Los ciudadanos de la ciudad de México se encuentran asustados, el caos en masa ha comenzado a hacer estragos en las ciudades más pequeñas y pronto alcanzará a las más grandes… Ya se están reportando casos de saqueo a pequeños centros comerciales y tiendas departamentales, hoy más que nunca, el país eleva una plegaria al unísono…

Eran muy malas noticias. El número de portadores y la diseminación estaban aumentando en forma exponencial, el gobierno tendría que actuar rápido. El tiempo se estaba acabando también para Nicel, parecía que las malas noticias convertían la longitud de los minutos a la brevedad de los segundos… de repente, una voz monótona en las bocinas de la sala le indicó que ya era momento de tomar su vuelo.

Se levantó y se enfiló con el resto de pasajeros con los cuáles compartiría su destino, dirigidos todos por un pasillo móvil que los conduciría hasta las puertas del avión.

Sólo unos cuantos segundos le restaban así que ingresó al avión y ubicó su lugar en ventanilla, justo a tiempo para poder estar completamente tranquila antes de sentir el ronroneo de los motores y el avión comenzar a despegar…

Nicel se despidió en silencio de aquella ciudad con un último vistazo a su reloj de pulsera: Diez con quince, el tiempo se había acabado…

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